El monólogo es recurso al momento de escribir un texto teatral: ya en el teatro griego encontramos disertaciones prolongadas a cargo de un personaje (o del coro), que no van dirigidos a otro personaje, sino al público. El famoso “Ser o no ser” de Hamlet ejemplifica ese distanciamiento en el que el personaje habla consigo mismo, rompiendo con la identificación, la inmersión o alienación con la escena y dando paso a un choque que da una nueva información sobre el conflicto interno del personaje.
Laurence Olivier en Hamlet
Con el paso del tiempo, el monólogo evolucionó hacia el monodrama o “obra unipersonal”, un formato que cobró fuerza en el siglo XX. La desaparición de las grandes compañías de repertorio y la necesidad de producciones más económicas llevaron a que los actores demandaran textos accesibles: al evaluar una obra se suele considerar primero el número de personajes, pues define su viabilidad económica. El monólogo, al prescindir de reparto, brinda al actor plena independencia creativa.
¿Cuándo hablamos de un monólogo como obra de teatro?
Aunque la dramaturgia unipersonal se consolidó en el siglo XX, sus raíces se remontan a la narración oral. Desde tiempos inmemoriales las historias han sido parte del aprendizaje, de los ritos tribales. El cuentacuentos, aquel narrador primigenio que transmitía mitos y leyendas, puede entenderse como precursor del monólogo teatral. Hoy reconocemos cuatro espectáculos modernos emparentados con esta figura:
Stand-up comedy: Originario de Estados Unidos, consiste en un cómico sobre el escenario con un micrófono, hilando chistes por lo general en torno a un tema — o haciéndose a sí mismo objeto de la comedia— y, a veces, recurriendo a la comedia física. Aunque el humor, el chiste surge de tensiones y conflictos cotidianos, el formato no persigue un conflicto dramático estructurado, sino la conexión inmediata con la audiencia, el chiste es una pequeña micro-obra, donde la comprensión de la incongruencia, lo absurdo, lo tonto entre otras muchas posibilidades genera la risa. Joan Rivers fue una de sus máximas y más polémicas exponentes.
Se define como una obra de dramaturgia centrada en un conflicto que se desarrolla mediante la acción y genera emociones, ideas y reflexión en torno a un tema y más específicamente en una premisa con respecto a ese tema. En escena hay un solo actor y al menos dos personajes: el que habla y la voz o presencia del otro ausente —en ocasiones, un personaje invisible es representado por el público. Si falta el conflicto, hablamos de stand-up, performance o unipersonal.
Hoy en día resulta complicado hallar monólogos teatrales auténticos e interesantes. En una sociedad donde muchos intérpretes ya no buscan encarnar personajes, sino hablar de sí mismos, mostrar su vida o simplemente disfrutar en escena, el arte pierde su propósito dramático. Cada vez es más habitual oír a actores que conciben la actuación con una visión hedonista: “actuar es como ir a la playa, a una discoteca, comer helado…” Pero el arte escénico no es puro disfrute: es crear una experiencia desde las profundidades del ser del artista. Ese afán de exhibirse deforma el monólogo, convirtiéndolo en un desfile de sketches basados en lugares comunes —la “mujer de mediana edad”, la “soltera que viste santos”— y en chistes trillados acompañados de gestos físicos previsibles. Sin un arco dramático que lo sustente, el verdadero actor termina aburriéndose. Adolece de preguntas como: ¿Qué tiene de particular esta mujer de mediana edad? ¿qué tiene de particular está mujer de la mediana edad? ¿Por qué su vida contada sería más atractiva que cualquier charla de sala? ¿Cuál es el conflicto que da impulso y sentido a su historia?
Antes del desayuno
En Antes del desayuno de Eugene O’Neill, la tensión dramática está muy bien definida. Toda la acción transcurre en los preparativos matinales de la señora Rowland, que discute con su esposo (ausente en escena) mientras arregla la mesa. Una mujer cuyas ilusiones se consumieron manteniendo a este hombre que le prometió una vida maravillosa. A través visión de la señora Rowland sobre su esposo, descubrimos que aquel hombre no es el amante de la vida que ella imaginó: es un escritor alcohólico y atormentado, cuya amante permanece en la sombra de la discusión pero que es un elemento motivador en las acciones del personaje de la señora Rowland. Conocemos además la ambiciones artisticas que entran en conflicto con la realidad que vive este hombre. Entendemos que debe ser difícil para él sobrellevar una relación con esta mujer tan desagradable sumado a la incompatibilidad de clases, la falta de dinero, el enfrentamiento con la familia de él, así como la vida cotidiana, prosaica que no es la que esperaba tener que vivir este hombre ilusionado en su momento con llevar una vida de artista, y que lo lleva a un desenlace fatal.
No se trata de un monólogo dirigido al público, sino de un diálogo encarnado por un único personaje frente a la ausencia del otro, donde cada palabra construye el arco trágico de la pareja. Su arco va desde una mujer que se prepara el desayuno para ir a trabajar, que va discutiendo con el marido por una carta de amor, por las promesas incumplidas, que está dedicado al juego, la maltrata etc... a una mujer que debe enfrentar el suicidio de este hombre ilusionado por ser escritor que termina en una pocilga y con una mujer que no lo entiende y consumido por la vida doméstica.
Una mujer sola, de Dario Fo. Una mujer está en el balcón de su casa y ve a una nueva vecina en el edificio de enfrente. Comienza a relatarle su vida mientras plancha. Quiere presumir ante la vecina de su buena vida, pero, poco a poco, va revelando que vive un auténtico infierno: está sometida al marido, quien la encierra y la maltrata.
La obra explora esa vida idealizada del ama de casa, en la que la mujer sufre soledad, no es dueña de su destino y permanece al servicio de un hombre que, aunque la rodee de lujos, no le ofrece ni una vida digna ni la libertad que merece todo ser humano, el poder sobre su vida la tiene el marido.
La trama parte de la imagen de una mujer feliz, rodeada de aparatos domésticos y planchando, para desembocar en un final en el que descubrimos a una persona maltratada por su esposo y condenada a la esclavitud del hogar.
La
madre pasota, de Dario Fo
Todo el desarrollo gira en torno a una mujer cuya vida estaba centrada en su hijo y en su marido. Ella descubre nuevos valores y ya no desea regresar a su antigua existencia. Existe un arco dramático, una trama, una clara dramatización y una ironía sobre la institución donde busca protección, y la acción de confesar como si ella fuese una criminal.
Sangre en el divan, de Ibéyise Pacheco. Un psiquiatra, que fue un hombre de poder, de gran inteligencia, encantador y culto relata su vida según su visión megalómana y delirante, intentando justificar sus actos. Sin embargo, esa lucha interior crea un conflicto entre el hombre racional que cree ser y la realidad de un individuo que ha cometido un asesinato y que podría padecer un trastorno de la personalidad antisocial o psicopatía. Allí se observa el viaje de un hombre poderoso y respetado a una persona desquiciada y encarcelada, que nos habla desde un diván.
Tenemos cuatro ejemplos de monólogos teatrales que tienen estructura dramática, exploran un viaje, un arco de personaje y un momento específico. No se trata de un personaje que vomite un texto sin justificación o que rompa la cuarta pared arbitrariamente.
Hay monólogos que aparentan romper la cuarta pared, como La maestra Margarita, de Roberto Athayde, pero esa ruptura es falsa: el personaje habla a sus alumnos y ejerce sobre ellos toda la fuerza de la acción. El conflicto radica en la autoridad que impone en el aula, valerse de la manipulación, las amenazas, la seducción y la vulgaridad, entrando en una espiral de pérdida de control y paroxismo.
Una obra en la que un personaje expone su vida al público sin conflicto, sin objetivos claros ni acciones justificadas dentro de la trama, pierde su condición dramática.
Otro ejemplo de inclusión del público como personaje aparece en Sobre el daño que hace el tabaco, de Antón Chéjov. El público forma parte de la comunidad reunida en este centro social y espera una explicación científica sobre los perjuicios del tabaco, es vestido de personaje. El conflicto surge porque el conferencista es un fumador empedernido, obligado por su esposa a dar dicha exposición. Emergen sus resentimientos y la conferencia se convierte en un desahogo personal. Existe siempre la cuarta pared: el personaje es chejoviano, de otra época, y el público teatral comparte su tiempo. Él pasa de aparentar ser un experto a revelarse como un hipócrita —un “fantoche”, en sus propias palabras— temeroso de la inminente entrada de su esposa que está detrás de bastidores, lo cual añade tensión al monólogo.
Cuando hablamos de monólogo teatral, nos referimos a una estructura dramática cuya puesta en escena debe centrarse en generar dramatización más allá del manierismo. Es fundamental construir la tensión del conflicto para que la obra adquiera energía, el personaje cobre vida y todo tenga sentido.
Muchos actores y actrices famosos presentan espectáculos más cercanos al stand-up comedy que al teatro, sin poseer la destreza necesaria para ese tipo de shows. El público, más allá de disfrutar del personaje, acude a ver al famoso. Si usted, como actor o actriz, intenta imitar este formato, no contará con esa predisposición favorable de la fama. Esto se ha visto en obras como Los monólogos de la vagina, que suelen presentar a intérpretes célebres leyendo el texto de Eve Ensler: a esta modalidad se la conoce como LECTURA DRAMATIZADA.
Este otro tipo de presentación escénica puede convertirse en un gran espectáculo teatral cuando la protagoniza una intérprete de la talla de Fernanda Montenegro, gloria de Brasil. Ella realiza lecturas dramatizadas de obras como A Cerimônia do Adeus, de Simone de Beauvoir; Nelson Rodrigues por Ele Mesmo; y Memórias Póstumas de Capitu, basada en el texto de Machado de Assis.
El talento de esta gran actriz e intelectual brasileña, que aún a sus 98 años sigue en escena, la ha llevado al Récord Guinness con quince mil espectadores en su lectura de la obra de Simone de Beauvoir. Su capacidad interpretativa, unida a la profunda comprensión de los textos, genera una experiencia que muchos desearíamos presenciar. Esto solo es posible gracias a su extensa trayectoria teatral; no cualquiera puede alcanzar ese nivel.
Finalmente, el teatro no es un espacio para el ego o el narcisismo, sino un acto de comunión y creación entre quienes suben al escenario y el público. Es un arte colaborativo que requiere la complicidad de autores, intérpretes, directores y técnicos, todos unidos para dar vida a la puesta en escena.
Antes de presentar un monólogo teatral, evalúe si cumple con los requerimientos dramáticos esenciales y no se reduce a un show para ganar dinero, lucirse o, como se dice ahora, “disfrutar del escenario”. En escena debe vivirse la historia, de modo que el espectador salga con un cuestionamiento, con una inquietud, con una pregunta a responder como dice el dramturgo Juan Mayorga.
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